Amanecer un domingo soleado, después de unos días de lluvia es comenzar a pensar qué hacer.
Planear salidas, coger el coche y hacer kilómetros, disfrutar de ese sol cálido que nos da en el cuerpo mientras vamos disfrutando del paisaje, observar los árboles, los pajarillos que revolotean en el cielo, las margaritas y las amapolas en el campo que nos dejan absortos, ese campo de color verde, esas hojas que se mueve con el viento, las personas disfrutando de un día de fiesta, los ciclistas que van en grupo por la carretera, esas peñas que se unen para pasar unas horas sobre su bicicleta y hacer kilómetros, es su mejor premio.
Que bonito es salir sin planear y disfrutar en familia , hacer un viaje hasta la playa. Llegar, aparcar y olvidarte del coche, pasear oliendo a sal, a yodo, a mar, ver las gaviotas volando sobre el agua, el horizonte siempre infinito, esa grandeza que es el mar ¡me encanta! Me renueva las pilas y hace que volver a retomar la semana sea mas amena.
Que bonita es la playa, los perros jugando por la arena, los niños correteando con sus pelotas, las familias disfrutando bajo la sombrilla, alguna que otra pareja disfrutando de esos primeros besos, los chiringuitos viviendo de ese buen tiempo, las personas mayores paseando y tomando ese sol que es energía.
Me gusta observar todo ese mundo a mi alrededor y cómo no, la música, que se cuela en mis oidos desde ese bar en el que estamos disfrutando de un café.
Ha pasado un día maravilloso, un domingo lleno de vida, de familia, de mar, de positividad, de felicidad absoluta. Todo eso puede llegar a ser un domingo, sin pensarlo, salir y disfrutar.
Así es la vida y está para saborearla.
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